Isabel de la Hoz es una joven burguesa y fantasiosa trasplantada al México de las guerras cristeras. Unas guerras que son una metáfora real –es decir, trágica– de las contradicciones entre una religiosidad emocional y una religiosidad institucional. Tener «una ventana al norte» es una expresión santanderina muy curiosa: el norte era América, que más tarde significó la ilusión y, después, la falta de cordura. A Isabel de la Hoz le falta, pues, un tornillo. No podía entenderse con la burguesía de entre-guerras, tan contentita con Alfonso XIII. Era una revolucionaria de cuento de hadas, antes de extraviarse por los laberintos de la revolución real, del amor y de la desmesura. Así, la novela cuenta la búsqueda de la realidad a partir de nuestro innato gusto por la irrealidad.