El pesimismo como sensación e idea surge de la realización de la maldad sobre su propio objeto: la masa, cuyo origen se puede contener en la sencillez de la teoría poblacional maltusiana, llegada para justificar la maldad natural incursa en los mecanismos represores de la masa, acentuados como una necesidad que convierte la ética en una estéril ficción o en un brumoso velo que oculta la realidad.
Toda aberración moral encuentra su natural razón de ser en la maldad que permite adecuar la masa a las dimensiones de la reproducción de la sociedad.
Sobre este fondo, un ingenuo y rudimentario utilitarismo esboza acaso borrosamente la silueta del individuo de la masa, que asistido por una generalizada ya idiocia, ya nescencia, reclama el derecho a la felicidad: Sé tú, sé feliz.
Este individuo de la masa hace uso de ese derecho, auspiciado por la cultura de la insignificancia e intrascendencia de los actos y la pueril nulificación de los valores éticos. Sé tú se ha convertido en la anónima identidad del individuo. Sé feliz, en la extensión de la lujuria y de un innúmero de atrocidades, convertidas en comunes mercancías que encuentra un precio de aprecio en el mercado, fruto de la venalización de los instintos en la que la masa se reconoce cualquiera que sea la distinta forma de su manifestación.