En el último siglo y medio de desarrollo urbano
se ha creado una situación en la que
las vías públicas son el campo de batalla de
contendientes desiguales: los automóviles
de combustión interna, potentes y numerosos,
y las bicicletas, vulnerables y menos
numerosas. Décadas de decisiones jurídicas,
políticas y de infraestructuras han acabado
favoreciendo al automóvil y las vías
urbanas se han diseñado en consecuencia.
Pero esas mismas decisiones no han suprimido
los derechos fundamentales de ciclistas
y peatones; han mantenido el compromiso
de una vía pública compartida, lo que
puede tener sentido desde un punto vista
jurídico abstracto, pero en realidad ha dado
lugar a una competencia desigual de frenos
chirriantes.
Partiendo de las calles y carreteras como
bienes comunes, James Longhurst recorre
las pugnas por el espacio público desde el
siglo XIX hasta la actualidad.