Entre las novelas españolas del siglo XIX, pocas ofrecen tal riqueza de matices y conmueven tanto como El señor de Bembibre, la obra que consagró a Enrique Gil y Carrasco como narrador y que es para muchos la mejor novela del Romanticismo español. En su trama, la intensa historia de los amores de Álvaro y Beatriz se funde con el drama de la extinción de los Templarios, en un evocador paisaje que se describe en toda su belleza. Los dos enamorados sólo pueden oponer la fuerza de su amor ante el asedio de un mar de intrigas, ambiciones, luchas y fatalidades. Con maestría de orfebre, el autor entrelaza dolor y esperanza, honor y rencor, lo onírico y lo legendario, historia y ficción, en este emocionante relato que merece un lugar privilegiado en nuestra narrativa. Enrique Gil y Carrasco nació en Villafranca del Bierzo (León) en 1815, y se trasladó en 1823 a Ponferrada, población a la que están ligados muchos rasgos de su obra. Tras comenzar en Valladolid la carrera de Derecho, en 1836 marcha a Madrid para terminarla. Allí conoce a Espronceda, que le abre las puertas del triunfo leyendo en 1837 uno de sus poemas y propiciando que se publicara su obra en diversos periódicos. Tras la muerte de su amigo y protector en 1842, Enrique Gil se entregó a terminar El señor de Bembibre, que se publicó en 1844. En el verano de 1845, la tuberculosis que padecía desde hacía años se agravó, hasta llevarle a la muerte el 22 de febrero de 1846. Autor de gran sensibilidad, y de estilo muy cuidado, Gil y Carrasco expresó como pocos los sentimientos personales. Bebió en las mismas fuentes culturales que otros narradores; pero las hizo suyas sin imitar, y aportó a sus relatos un tono propio y original.