El Zurich de 1916, año en que nació el movimiento dadaísta, goza de los atributos escenográficos de algunos viejos filmes de von Stenberg y de los primeros de Negulesco. Oscuras callejuelas y ruidosos tugurios acogen a una nutrida flota de personajes irregulares : emigrados políticos, jóvenes renuentes a enrolarse por objeción de conciencia, agentes secretos, artistas, literatos, poetas exiliados. En el número 1 de la Spielgasse estaba situado el «Cabaret Voltaire» donde DADA se dio a conocer al mundo ; enfrente, en el número 12, vivían Lenin y Krupskaia. Por las tardes, Lenin jugaba al ajedrez en la acera con Tzara, Arp y Schvitters. Por las noches, éstos y unos cuantos amigos más se entregaban en el «Cabaret Voltaire» a la rebelión espiritual, que poco después sacudiría el mundo entero, iniciada por el rumano Tristan Tzara contra la sociedad responsable de haber transformado a Europa en una inmensa carnicería.
DADA es el primer movimiento espiritual que encuentra su libertad en la práctica constante y deliberada de negarlo todo. La destrucción es la única acción purificadora. La plenitud del individuo se afirma, según los dadaístas, a través de un estado de locura agresiva y completa contra el mundo. Derruir, desechar, barrer, limpiar, combatir contra todo y contra todos, incluso contar DADA, tal es el lema renovador que alienta en cada uno de estos manifiestos, traducidos por primer vez al español con una radical comprensión del espíritu que los anima por el novelista mexicano Héctor Manjarréz.