En innumerables ocasiones hemos leído aquello de "testigo de excepción", atribuido de forma ligera a cualquier contemporáneo de un determinado periodo histórico. Por lo gastado del término no haremos uso del mismo para referirnos al autor del libro que tiene en las manos el lector. Sin embargo todo él es testimonio vivo.
Si la principal virtud que debe adornar a la persona de confianza de un estadista es la discrección, creemos que en pocos casos se ha dado una lealtad más acrisolada que la que mantuvo y ha mantenido Santos Martínez hacia Manuel Azaña, que le nombró Secretario particular suyo en Enero de 1936. Acababa de abandonar la prisión el futuro Presidente de la República y emprendió entonces, acompañado siempre por el autor de esta obra, el camino que lo habría de llevar a la victoria del Frente Popular en Febrero de 1936 y a la Jefatura del Estado en Mayo del mismo año.