Después de haber dirigido los rayos de su iconoclasta inteligencia sobre las virtudes (y algunos de los vicios) del coqueteo, Adam Phillips se ocupa de la monogamia. Para él, que nació en 1954 y vivió la revolución sexual de los sesenta y setenta, la monogamia y su figura en el espejo, la promiscuidad, no son buenas o malas, sino dos versiones de la utopía. Y de alguna manera, lo que está en cuestión en los debates sobre la familia, el divorcio, o la crisis del matrimonio, es precisamente la monogamia, aunque las más de las veces no se ose mencionarla. El autor, pues, procede por el camino inverso y, partiendo de la exigencia a menudo tan cruel de que una sola persona pueda darnos todo lo que queremos y de que nosotros podamos a su vez satisfacer todos sus deseos, reflexiona sobre el amor y el deseo, y los vínculos que se establecen en esa compleja relación entre conspiradores que es una pareja, donde dos son siempre tres. Y en ocasiones, algunos más.