Sin (1969) y El despoblador (1970) se configuran precisamente como fragmentos, residuos de un único «corpus» de los que provienen también los textos de Residua (Cuadernos marginales nº 1, 1969). En el espacio-tiempo sin historia de Sin, a la vez regresión y origen, perfilándose en el paisaje gris de la total ausencia de vida, la mónada beckettiana, que ha alcanzado el punto extremo de su degradación física, reducida a una masa informe de materia, puede quizá dar un paso más, pero no es seguro : los planos simultáneos del ser inmóvil se confirman y se excluyen alternativamenrte. Por otra parte, en el interior del cilindro cerrado de El despoblador, una humanidad reducida a una confusa masa de cuerpos persigue frenéticamente la más vana y antigua de las creencias : una salida, la salvación. Aquí también
el universo de la contradicción prohibe toda certeza y la vida en el cilindro se convierte en el juego eterno de la repetición hasta la lenta anulación de sus pobladores.