A lo largo de estas páginas contemplamos al rey-soldado luchando por la liberación de Viena, o por la toma de Túnez o de Argel. Le vemos como un gran viajero, yendo y viniendo por sus reinos para conocer y ser conocido por sus vasallos, o para entrevistarse con los grandes personajes de su tiempo. Vemos al emperador, lanza en ristre, cabalgando por los campos de Mühlberg, tal como lo pintó el genial Tiziano. Es el mismo que, cansado del poder, se retira al último refugio de Yuste. Pero es también el hombre de familia. Y, como no podía ser menos, el hombre galante del Renacimiento, del que se van conociendo sus otros lances amorosos.