La obra parte de un diagnóstico severo: la filosofía está olvidada, pero sin ella la vida del hombre pierde sus contornos, deja de ver sus propios atractivos. Esa filosofía, que no es sino un hilo que puede tomarse desde muchos puntos, una vez prendida, ni siquiera permite permanecer ya como simple observador. Desde esas premisas, García-Baró adopta la fenomenología como método: como el camino más rápido para procurar dar a gozar la filosofía.